E. Molina

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«A veces inventan un mundo sin saber
que no se entra jamás,
que hay que permanecer afuera de la Historia».

-Enrique Molina-

E. Molina



«Y ahora, por Dios, nada de imprecisiones,
el viento,
sobre la mesa revientan espumas, los muros no existen,
el viento».

-Enrique Molina-
















ABRIGO ROJO

A DIARIO

El Laberinto

jueves, 30 de agosto de 2012

A LA ESPALDA

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A LA ESPALDA
















   El hecho de que no exista el Caseto, ahora me dices que ya no está el terraplén de enfrente de la escalera… el hecho de que no nos sentemos más en verano sin ver del todo si era una piedra, un pantalón o la hierba… la seca hierba después de ya pasado el invierno, y al fondo del mediodía de agosto, sobre las diez de la noche. A veces quedaba lejos y había que regresar, deprisa… a veces no era posible que volviésemos juntos los mismos que habíamos ido desmenuzando cada palmo de suelo casi a las seis… nos recogíamos unos a otros como un rastrillo peinando de punta a punta la carretera, la ciudad y las nubes… había nubes azules como las sábanas blancas o era la luz de la luna, simplemente era eso: luna. Una luna como detrás de unas ramas, no se sabía bien si se podía alcanzar con la mano o había que ir a atraparla contra la negra pared, ya de noche… otras veces no había nada, ni siquiera una voz y era todo susurros, voces que todavía escucho cuando me voy a sentar.


El terraplén era a la vuelta, ya lejanas las diez… empezaba a las diez pero llegábamos a las once... todas las ceremonias eran en la escalera enfrente del terraplén, todavía los oigo, voy a subir, creo que te lo he dicho… También de eso había que regresar, esta vez muy despacio, no sé qué hacían allí amontonándose como piedras, cuchicheando… me acuerdo de las muñecas, de unas muñecas con sus zapatos de botón, no niñas con trenzas y con cazuelas, sino muñecas de verdad, de carne y hueso capaces de estremecer todos los cielos de agosto con sus sonrisas nerviosas.


Y los demás días de la semana era fácil tocar los rayos de entre la luna… sí. El aire pesaba tanto que te tenías que recostar en el centro de ella, o era que se bajaba a ti toda la luna, no se podía diferenciar, ¡tanta luz en la cara, tanta noche en la luz!


Pero ahora me premonizas que se han llevado el caseto, dices que ya no está el terraplén… ¡tú no lo sabes!… están allí, los estoy viendo, las cosas no se dejan de ver hasta que no se terminan. No sé que hacen ellos ahí, de veras que no sabía, me solía bajar casi sin irme y los seguía escuchando cada vez con más fuerza, a la espalda; algunas veces venías, tú te venías… algunas veces no te venías, bajaba por esa calle saltando el barro, la oscuridad y las escasas horas que le quedaban a la última noche… otras veces venías, tú sí venías y recogías en círculos de palabras las filaduras que se me iban soltando por el espacio breve de la escalera a mi calle y no decías nada, solamente un abrazo, el adiós oficial, pero me lo guardabas todo hasta el siguiente verano.
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